ficticio



 Dijiste que no me volverías a hablar jamás. Y lo dijiste con una rabia tal en la mirada, que un escalofrío me recorrió el cuerpo. Te sentías lastimada, ofendida, traicionada. Me odiabas. Y tenías razón. ¿Qué por qué hablé con tanta ligereza de tu “drama”? ¿Qué por qué me justifique con un frío “no es para tanto”? No lo sé. A veces mi mente se vuelve estúpida y hace que me exprese con desconsideración, falta de tacto e incluso crueldad. Sí, lo sé, en realidad el verdadero culpable es el imprudente malhadado de mi corazón.

Tú me encargaste el tuyo una tarde de primavera, cuando, con toda la espontaneidad de tu carácter efusivo, me abrazaste y me propusiste: “¿Hay que ser amigas, ya?”. Ese día en la puerta de mi casa, dijiste que mi muñeca pelada parecía una mujer con cáncer (a los 7 años ya hacías comparaciones de ese tipo) y yo, espantada por lo feo que sonaba esa palabra (a los 6 años apenas sabía lo que era una gripe) te dije que ya no quería jugar contigo. Entonces pasó lo del abrazo, la propuesta de amistad y el implícito encargo de tu cuidar tu corazón.

Creo que hasta el día en que te clave el puñal, como acabo de saber que consideraste lo que dije, lo hice regularmente bien, ¿no? Pero tú si que te esmeraste con el mío. Tú sí supiste resguardar nuestra amistad. ¿Por qué no me di cuenta antes? nuevamente el culpable es el perverso habitante de mi pecho. Lo siento. Tenerte siempre me resultó tan natural que no reparé en lo extraordinario que en verdad era. Lo siento, otra vez. ¿Podrás perdonarme ahora? No lo creo. Al final cumpliste tu palabra e hiciste que no pudiera escuchar tu voz. Que nadie la pudiera escucharla nunca más. ¿Podrás escucharme tú a mi? ¿Ese cajón negro además de tu cuerpo, encierra tu alma? Por que intento decirte que durante el resto de mi vida cargaré en mis hombros el peso de tu adiós no pronunciado. El peso de tu corazón lastimado. El peso de nuestra amistad muerta en mis manos.

No puedo decirte adiós, por que tu recuerdo siempre estará conmigo. La culpa lo pondrá por encima de todo lo demás. Intentaré seguir. La angustia de saberme tu verdugo me hará caer muchísimas veces, pero es lo que tengo merecido por hacerte esto. Por bondad, compasión o delicadeza algunas personas me dirán que no tengo la culpa, que tú estabas mal, que esto era probable solo que nadie pudo preverlo a tiempo, pero yo sé que nada de eso es cierto. Lo siento… Lo siento... Lo siento... ¿Podrías hablarme una vez más?... Solo una vez más… por favor… yo… lo siento…