Abriré los ojos luego de un ligero parpadeo
y el mundo no será igual.
Mi mundo, no.
El orden natural de las cosas se invertirá
y seré yo quién posea la luz del arcoiris,
aunque el camino se vuelva cada vez más gris.


Emprenderé el recorrido con entusiasmo,
mirando al frente, sonriendo libre, respirando profundo.
Sin preocuparme por la espontaneidad de mis pasos,
ni por la ligereza de mi equipaje,  
ni por la por voluble protección que las nubes puedan brindarme,
por que para entonces el sol será mi amigo
y la calidez de sus caricias no me lastimará más.


Podré sentarme a la sombra de un árbol
a descansar cuando me sienta fatigada.
Y seré capaz de observar el cielo con deleite, 
por que dentro mío cantará la dicha, dulce y melódica;
por que fluirán mis anhelos en la libertad de una existencia sin miedos;
por que, al no encontrar más alimento en mi alma,
las oscuridades habrán perecido. 


Tendré la fuerza para cargar en mis hombros
el peso de mis amores más grandes.
Con la delicadeza de mis manos limpias de culpa,
-entonces, las que tengo ahora habrán sido perdonadas-
tomaré  los corazones que se me encomendaron
y los depositaré junto al mío,
para que se hagan compañía y se curen las heridas.


Viviré abriendo las puertas de mi ser
a quien me lo pida con una mirada sincera.
A las rosas aunque tengan espinas,
a la ortiga aunque sus hojas irriten.
No tendré reparos en dejar entrar una nueva esencia,
si no, la abrazaré con ternura, le brindaré mi calor.
Y seremos compañeras de viaje. Hermanas hijas del destino.


Todo comenzará,
cuando mi autor revele las maravillas ocultas en mi.
Entonces seré alegría.
Risa.
Canto.
Entonces seré yo.
Seré yo, al fin.